Lunes 7 de Abril de 2025 Comunidad

Fernando Vega, sacerdote andacollino: “Pasaron 38 años para regresar de rector al santuario”

Su historia como sacerdote lo llevó a servir en diversas ciudades del país y también de Argentina antes de volver a su tierra.

Una vuelta larga fue la que dio Fernando Vega Cortés para regresar a la comunidad que lo vio nacer, jugar, estudiar y convertirse en sacerdote. Fueron 38 años los que pasaron para verlo convertido en el padre rector del Santuario Nuestra Señora del Rosario de Andacollo, donde solo tres sacerdotes nacidos en esta tierra de minería y fe han llegado al cargo más alto: Haroldo Cepeda, Eduardo Huerta y Fernando Vega.

El rector del Santuario afirma que Andacollo no es fácil y “lo digo porque vi muchas veces triste a mi madre por las incomprensiones que tenía ella como catequista y de las cosas que la gente decía de mi padre, que era muy correcto. Lo lamentable es que era gente del entorno de la iglesia, creyentes, de la que menos uno esperaría”.

EL COMIENZO

El padre Fernando se crió en la Población 25 de octubre y en el Barrio Bellavista. Sus estudios básicos los hizo en Andacollo y la enseñanza media en el Colegio Claretiano de Santiago. Luego de un año en la Pontifica Universidad Católica, decidió su futuro. “Al año siguiente me fui al noviciado de Rosario, Santa Fe, Argentina. Claro que me recibí de sacerdote aquí en Andacollo y fue el obispo Bernardino Piñera quien me ordenó sacerdote”, afirma.

El sacerdote reflexiona en el patio interior de la iglesia.

Su inicio en la fe cristiana fue gracias a sus padres, que fueron muy comprometidos con la iglesia. “En esos años había comunidad cristiana de bases y el párroco José Silva invitaba a mi padre para ir a los barrios y yo los acompaña. Fue ahí que despertó la inquietud vocacional de ser sacerdote, pues el amor a Dios, a la virgen y a la iglesia nació en el seno de mi familia”.

EL RECORRIDO

El largo peregrinar como sacerdote comenzó en el Seminario Claretiano. Luego en Talagante y en San Miguel. Además de estudiar dos años en Roma, Italia, trabajó en Linares, Copiapó, Antofagasta, Santiago, Temuco y dos años en Mendoza, Argentina.

Señala que lo más reconfortante de ser sacerdote es haber estado en lugares y en momentos oportunos, aunque no menos difíciles, pues “me tocó ver a unos enfermos quemados en la Posta Central. La enfermera me dice que están en las últimas. Entré a la sala y el muchacho me dice: “Padre, por favor, en la otra sala está mi padre, que también se quemó en la casa. Dígale, por favor, que me perdone”. Fui a la sala y le digo al caballero que me mandó su hijo y que lo perdone. Me responde: “Dígale que lo perdono de todo corazón”. Ahí fui ese instrumento de Dios entre dos personas que se despedían de este mundo, para liberarlos y darles paz”.

También agradece a Dios ser el puente entre una madre y sus dos hijos que no se veían en años. “Era en tiempos difíciles. Se habían ido de niños de Chile en la clandestinidad con su padre y regresaban en la misma condición. El papá me pidió que sus hijos, ya jóvenes, se reencontraran con su madre, una profesora de Lebu. Hablé con ella y logré que se vieran. Fue un largo abrazo de una madre con sus dos hijos, en silencio por mucho rato. Al ver ese emotivo abrazo, digo que vale la pena que haya dejado mi familia, mi pueblo, la música, que tanto me gustaba, por servir a Dios. ¡Bendito sea Dios, que para esto he ayudado y he servido!”.

Si bien hay alegrías, también experiencias complejas, como “sufrir la soledad, la amargura y la incomprensión. Hay momentos en que he pensado dejarlo todo, son momentos fuertes. Aun así, si me preguntas, soy feliz en el sacerdocio”.

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