Marcelino Tejeda: “Fui viandero hasta los sesenta años, los mineros me trataron bien”
Llevaba 16 viandas, dos veces al día, a los viejos pirquineros, oficio que realizó gran parte de su vida.
Eran 16 viandas y dos veces al día. Pacientemente esperaban los pirquineros que llegara su comida. Claro está, que los viejos mineros rogaban que las viandas llegaran completa, porque más de una vez las presas desaparecieron o faltaba una papa o el pan. “Es verdad, juro que yo nunca me comí una presa ni me pegué un porrazo con la comida”, afirma con una sonrisa picarona don Marcelino Tejeda, que dice tener 85 años, “pero me inscribieron cuando estaba crecidito”.
En una habitación de la Casa Tutelada de Andacollo, don Marcelino se ríe a carcajada cuando se le pide que cuente sus andanzas y agrega de inmediato que “ya tenía mi edad, pero igual era pequeño; siempre fui chico. Tenía más edad de la que representaba y con problemas físicos”.
Bueno para reír y recordar esos viejos tiempos, “donde poco fue a la escuela. No era de los aventajados, no me entraba nada. Además, mi mamá, que no fue de las buenas, tampoco me tenía mucha paciencia. Así que no aprendí a leer y menos escribir en la Escuela N°1. Creo que fui como cinco años, pero igual me las arreglé para sobrevivir hasta ahora”.
Ahí, tomando desayuno en su habitación, don Marcelino, que escucha poco y tiene movilidad reducida, pues se ayuda con dos muletas y una silla de ruedas, recuerda su niñez y que jamás tuvo un papá. Además, su madre murió cuando tenía 7 años, por lo que “viví con una abuela que era sobrina de mi mamá. Así que me la pasaba en la calle nomás, ahí en el Barrio Norte, donde vivé hasta hace poco”.

Vida de viandero
Como era malo pa’ la pelota, solo jugaba a las bolitas y al trompo, las veces que tenía tiempo y “eso era a rato nomás, ya que tenía que trabajar. En esos años, Andacollo tenía harto movimiento, porque había mucho oro, pero yo nunca encontré nada. Trabajé de minero y lo hice con un bastón, también fui canchero y trapichero. Pero nada de encontrar una pepita. La diosa fortuna nunca me acompañó, solo harta pega y poca plata”.
Donde sí trabajó bastante tiempo, fue de viandero y “los viejos me trataban bien, porque, lo juro, nunca me comí una presa de las viandas. ¡Se imagina! Los viejos eran pesados y yo responsable. Nunca tuve problemas y fui viandero hasta los 60 años”.
Si llevaba las viandas en bicicleta, don Marcelino responde con “¡Qué bicicleta! No, a patita nomás. ¿Se imagina subiendo y bajando los cerros con las viandas en bicicleta? Seguro que me caía en cada viaje y los viejos se hubieran muerto de hambre”, afirma el viandero al momento que sacó una carcajada.
Don Marcelino vive solo. Nunca se casó ni tuvo hijos y pasa sus últimos años recordando lo que fue su vida y lo bien que lo pasó como viandero. Por lo mismo, agradece que en la Sala Museo del Sindicato de Pequeños Mineros y Pirquineros de Andacollo tengan un niño viandero, “porque al ver ese niño de pantalón corto llevando una encomienda, recordé cuando yo era chico. Me iba rapidito con las viandas hasta donde los viejos que trabajaban en las minas, trapiches, piques y lavaderos. Ese oficio fue una etapa de muchos niños de la comuna y donde yo me gané la vida por muchos años”.



